jueves, 12 de julio de 2018

Hernando Colón, hijo natural de Cristóbal Colón


Hernando Colón murió en Sevilla el 12 de julio de 1539, se cumplen hoy 479 años. Dispuso en su testamento que lo enterraran «en el cuerpo de la iglesia [catedral de Sevilla], en el espacio que [hay] desde las espaldas del coro hasta la puerta del perdón, con que sea lo más en medio que ser pudiera, así de luego como de través; y si esto no se pudiere obtener, en tal caso yo elijo por enterramiento el monasterio de las Cuevas de Sevilla, para que mi cuerpo sea allí enterrado en el coro de los legos, a un lado y al otro, como non impida el paso de los que entraren. Lo cual yo elijo por la mucha devoción que mis señores padre y hermano, Almirantes que fueron de las Indias, e yo siempre tuvimos a aquella casa; e porque sus cuerpos han estado mucho tiempo allí depositados».


 Definitivamente, fue enterrado en el trascoro de la catedral, en el lugar mismo donde en tiempos más solemnes los canónigos levantaban el soberbio monumento del Jueves Santo.
Hijo na­tural de Cristóbal Colón, nació en Córdoba el 15 de agosto de 1488 de Beatriz Enríquez de Arana, mujer que aparece en­vuelta en nebulosa en la vida de los Colón. Cuando Hernando escribió la Historia del Almirante, no hace referencia a la calidad de su familia cordobesa, que debía ser de extracción humilde. Subido al carro de la gloria de su padre, descubri­dor del Nuevo Mundo, deja en la penumbra sus orígenes ilegí­timos. Y con ello, a su propia madre.
Cristóbal tuvo sólo dos hijos: Diego y Hernando. Diego Colón nació en 1479 en Portugal, donde su padre casó con Fe­lipa Moniz de Perestrello, mientras trataba de vender su idea oceánica a la corte lusitana. La madre murió pronto y Cristóbal, ya viudo, vino a España en 1485 con su hijo pe­queño, que dejó en La Rábida con los frailes franciscos, o tal vez en Huelva, al cuidado de unos tíos, parientes de su madre. La aventurilla de Colón en Córdoba se debió a su es­tancia en esta ciudad, porque ahí se encontraba la corte de los Reyes Católicos, en su afán por lograr la toma de Gra­nada.    
Cuando Cristóbal Colón volvió de su primer viaje y pudo mostrar la gloria de su descubrimiento, Hernando fue legiti­mado, a la edad de cinco años, y nombrado paje del príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos. Muerto el príncipe en 1497, pasó de paje de la reina Isabel con su hermano Diego. Él tenía unos once o doce años y su hermano Diego cerca de los veinte, cuando sintió las hablillas de la corte, la en­vidia cobarde de los celosos. Hernando cuenta en su libro una escena significativa ocurrida en Granada, al paso de la comitiva de los reyes. Los descontentos gritaban:
–Mirad los hijos del Almirante de los mosquitos, de aquel que ha descubierto tierras de vanidad y engaño para sepulcro y miseria de los hidalgos castellanos.
Hijo de nuevo rico, había que borrar todo vestigio ple­beyo en una sociedad donde se miraba hasta la nimiedad la última gota de la nobleza de sangre. Los blasones del escudo de los Colón están relucientes por lo nuevo; les falta la pátina añeja de los años, la vejez de las casas nobiliarias de siglos atrás.
Fue una torpeza de Hernando Colón: tratar du­rante toda su vida de borrar su humilde ascendencia cordo­besa. Aunque comprendo que fuera difícil sobrellevarlo en medio de las pullas cortesanas.
Porque Hernando fue hombre inteligente, el hijo que me­jor defendió el honor de su padre y gastó su fortuna en los llamados Pleitos Colombinos.
En 1502, cuando contaba tan sólo catorce años, Cristó­bal Colón se lo llevó a América en su cuarto viaje. A la vuelta, en 1504, la reina Isabel, gran valedora de Colón, ha muerto, y poco después, en 1506, el mismo Cristóbal Colón muere en Valladolid. Los famosos Pleitos Colombinos salen a la palestra. Los hijos de Colón exigen se cumpla lo acordado en las capitulaciones de Santa Fe. Pero el rey Fernando, muerta Isabel la Católica, cree excesivas las pretensiones colombinas. Las alegres gracias que en un principio se pro­metieron a Cristóbal Colón parecen, al paso del tiempo, ex­cesivas y desproporcionadas. Porque se suscribieron cuando no se tenía una idea precisa de lo descubierto por Colón. Las capitulaciones de Santa Fe hablaban fundamentalmente de conceder no sólo a Colón sino a sus herederos, en las tie­rras descubiertas, los títulos de Almirante, Virrey y Gober­nador y el diezmo de las riquezas producidas, entre otros honores, títulos y privilegios.
Pero no vamos a entrar en esto. Deseo resaltar su obra científica y el mecenazgo cultural que se proyecta hasta nuestros días con su magnífica biblioteca, que reposa bajo los muros de la catedral. Experto en cosmografía, viajó por Eu­ropa, con un cierto desprecio de sentirse castellano y un afán por recalcar su ascendencia genovesa. En el extranjero le gustaba pasar por italiano. Habrá que regañarle también esta estúpida pretensión, porque la gloria de su familia, a pesar de los Pleitos Colombinos, le viene de los reyes de Castilla y por sus venas corre sangre andaluza de la mejor calidad, la que viene del pueblo, de su madre Beatriz, a la que él nombra en muy contadas ocasiones. Pero hay que valo­rar al erudito y bibliófilo.
En 1509 realizó un segundo viaje a las Indias, acompa­ñando a su hermano Diego, que había sido nombrado gobernador de La Española, pero vuelve enseguida y escribe un Memorial por el Almirante (finales 1509) y un poco después un Tra­tado sobre la forma de descubrir y poblar en Indias. En 1511 es­cribe el Proyecto de Hernando Colón en nombre y represen­tación del Almirante, su hermano, para dar la vuelta al mundo, con lo que se adelanta en unos años a lo realizado por Magallanes y Elcano.
En 1517 puso en marcha una obra de envergadura que él denominó Descripción y Cosmografía de España, en la que tra­taba de recoger por orden alfabético todos los datos geográ­ficos y topográficos de España. No pudo completarlo, por una prohibición que le vino en 1523, y aparecieron los libros de anticipación que llamó Itinerario y Vocabulario. En ellos se adelantó a Las Relaciones topográficas, publicadas en tiem­pos de Felipe II.
En los últimos años de su vida, creó su casa solariega en los aledaños del barrio de los Humeros, después de haber vivido por otras collaciones de la ciudad. Y coleccionó la mejor y más completa biblioteca que un particular pudo tener hasta entonces. Se calcula en unos 25.000 volúmenes, que él fue coleccionando a lo largo de toda su vida.
Hernando Colón no se casó ni tuvo descen­dencia. Al morir el 12 de agosto de 1539 dejó la casa y la fabulosa biblioteca, en calidad de depósito, a su sobrino el almirante don Luis, mayorazgo de la casa de Colón, con la condición de gastar «cada año en aumento y conservación de la biblioteca perpetuamente cien mil maravedíes». Si no cum­plía estas condiciones, la biblioteca pasaría a la iglesia catedral de Sevilla y en su defecto a los dominicos del con­vento de San Pablo. Pero el sobrino, ni se preocupó de la biblioteca ni de la casa. El cabildo, con buen criterio, exigió el depósito de los libros, pero la madre y tutora de don Luis lo entregó a los dominicos. El pleito entablado por el cabildo catedral duró hasta 1552 en que la Chancillería de Granada pronunció sentencia favorable. Desde entonces, aunque mermada, la Biblioteca Colombina, con sus impresos e incunables de incalculable valor, forma parte del patrimo­nio de la catedral de Sevilla.

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