viernes, 21 de diciembre de 2018

Hitler versus san Pablo


Para Hitler, la raza humana más eminente es la aria, que está en el origen de la civilización europea. Desgraciadamente, los descendientes no han sabido guardar la pureza primitiva de la sangre. Pero los menos corrompidos, los más puros, son los nórdicos, los germanos, grandes, rubios, dolicocéfalos, y los descendientes actuales de los germanos, es decir, los alemanes. Estos están llamados a dominar Europa y el mundo y que los pueblos inferiores reconozcan su superioridad. Al gobierno alemán compete proteger la integridad de la raza germana, mejorarla, perfeccionarla, como se perfecciona una raza de caballos o de perros.   


 ¿Cuál es el enemigo principal de la raza aria? –se pregunta Hitler–. La judía, raza inferior, corruptora del mundo.  
–Tened en mente –cuenta en Mein Kampf– las devastaciones que la bastardía judía causa cada día en nuestra nación... Considerad cómo la desintegración racial merma y a menudo destruye los últimos valores arios de nuestro pueblo alemán... Esta contaminación de nuestra sangre, ignorada ciegamente por centenares de miles de personas de nuestro pueblo, es llevada a cabo de manera sistemática por el judío de hoy. Sistemáticamente estos parásitos negros de la nación contaminan a nuestras inexpertas y jóvenes muchachas rubias y de esta manera destruyen algo que ya no puede ser reemplazado en este mundo. Ambas, sí, ambas confesiones cristianas miran con indiferencia esa abominación y la destrucción de una criatura noble y única, concedida a la tierra por la gracia de Dios.  
Y el cristianismo, una excrecencia del judaísmo. El cristianismo ha sido alterado por la influencia nefasta del judío san Pablo. 
–San Pablo le ha impreso su marca deletérea –interpreta François-Poncet a Hitler–, al extender una mancha, que, bajo el nombre de caridad, de piedad, de amor al prójimo, de perdón de las injurias, exalta en realidad la ausencia de carácter, la cobardía, la servidumbre. En las sociedades modernas, es él quien ha introducido todos los venenos que los nazis combaten sistemáticamente: el individualismo, el liberalismo, el intelectualismo, el parlamentarismo, el marxismo socialista y comunista. De donde, para un gobierno a la altura de su misión, un triple deber: perseguir, exterminar al judío, y su aliado el francmasón, abolir las instituciones que ha inspirado, es decir, el conjunto de instituciones democráticas, instaurar una moral regenerada, una nueva tabla de valores que, repudiando todo vano sentimentalismo, honrará y desarrollará por nuevos métodos de educación, las virtudes viriles y marciales, la firmeza inflexible del carácter, el desprecio de los débiles, el coraje heroico, la disciplina, la práctica de la obediencia ciega y del mandato sin réplica, la absorción del individuo en el servicio de la comunidad nacional. La religión, hecha «positiva», es decir, desembarazada de una gran parte del dogma cristiano y honrando los viejos ritos germánicos, será la que devolverá a la raza y a la sangre alemana, al pueblo y al suelo alemán, a la patria alemana. 
Como tenía que casar la existencia de Cristo con su odio al cristianismo, a Hitler se le ocurre afirmar, en esas tertulias de mantel y mesa con sus íntimos camaradas, que en realidad Cristo no era judío, sino un ario que «atacó el capitalismo judío» y por ello fue ajusticiado. No descarta que la madre de Jesús fuera judía, pero el padre ciertamente no. A saber si, en el fondo, Hitler reconocía la paternidad divina o cómo me explica que san José no fuera judío.  
–La historia de la Virgen María –cuenta la secretaria de Hitler, Christa Schroeder–, tal como es presentada por la Iglesia, era para Hitler un tema favorito de chanzas. Su espíritu cáustico le llevaba a trazar una línea divisoria entre la fe y la razón. Tengo que admitir que sus cínicos argumentos llegaban a impresionar incluso a los más creyentes. 
La «falsificación de la doctrina de Jesús» fue obra del judío san Pablo. Este es – confiesa Hitler– el verdadero creador de la religión cristiana, que no es más que una forma de bolchevismo ante litteram. 
–El cristianismo se ha puesto a la cabeza de los más miserables, de los esclavos, de los malogrados, con su teoría «igualitaria» nacida para «conquistar una enorme masa de gente privada de raíces»; «ha movido la hez» para «organizar así un prebolchevismo». 
Para Hitler, la ecuación judaísmo-cristianismo se une a la de cristianismo-bolchevismo: el judío Saulo y el judío Marx son creadores de dos ideologías de muerte equivalentes entre sí. 
–El golpe más duro que la humanidad haya recibido –confiesa Hitler– es el advenimiento del cristianismo. El bolchevismo es hijo ilegítimo del cristianismo. Uno y otro son invención de los judíos. 
¡Y afirma este paranoico, precisamente él, que el cristianismo es una ideología de muerte! 
–La doctrina nacionalsocialista es íntegramente antijudía, es decir, anticomunista y anticristiana. La culpa histórica de la Iglesia católica es haber hecho caer el Imperio romano, reino del arte, de la tolerancia y de la civilización. Y de haberlo sustituido con el arte bárbaro de las catacumbas, con la oscuridad de la Edad Media, la época más insignificante de la historia humana.  
Y añade: 
–Estoy seguro que Nerón no incendió Roma. Han sido los cristianos-bolcheviques. 
Y alaba a Juliano el Apóstata y echa pestes contra el emperador Constantino. El concepto es siempre el mismo: los cristianos, hijos espirituales del judío Pablo, son la causa de la caída del Imperio y de toda barbarie de los últimos veinte siglos. 
Que yo sepa, la caída del Imperio romano se debió a la invasión de los bárbaros, es decir, venidos de tierras nórdicas (¿arios, tal vez, señor Hitler?), que atravesaron el Rin e invadieron en el siglo V los pueblos meridionales del Imperio. Pero Hitler sostiene que el Imperio romano cayó por los hijos espirituales del judío Pablo. 

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