La Virgen de los Reyes es la primera imagen
de Andalucía coronada canónicamente. Para su coronación, el arzobispo Marcelo
Spínola constituyó una Comisión de fiestas de la Inmaculada, cuyo secretario
era el canónigo Muñoz y Pabón. Y constaría de dos actos: un certamen literario
con discurso de una personalidad relevante y la coronación propiamente dicha.
La coronación tuvo lugar el domingo 4 de
diciembre de 1904 y el certamen literario al día siguiente, ofrecido por Menéndez
y Pelayo. Para el día 4 estaba también prevista en Sevilla la pena capital de
un reo. El alcalde, aterrado de que una celebración tan bella para la ciudad
coincidiese con el desagradable hecho de una ejecución capital, decidió
convocar reunión extraordinaria del Ayuntamiento para estudiar la situación.
Don Marcelo pidió asistir y propuso:
–Vayamos a Madrid.
Y fueron el arzobispo, el alcalde y el
presidente de la Diputación.
Marchan a Madrid el 24 de noviembre. Al día
siguiente son recibidos por el joven rey Alfonso XIII y la reina madre. Don
Marcelo es contundente:
–Majestad, cuando un rey es coronado, se
conceden indultos. Ahora lo pedimos en honor de la coronación de Nuestra Señora
de los Reyes.
Volvieron a Sevilla con el interrogante de
si lograrían su propósito. Se acerca el día de la coronación. ¿Llegará el
indulto? A la fiesta han acudido el cardenal Ciriaco María Sancha, arzobispo de
Toledo, que tendrá el honor de coronar a la Virgen de los Reyes, y el nuncio
Aristide Rinaldini. La víspera, ya de tarde, cuando las bandas de música
recorrían las calles anunciando el acontecimiento del día siguiente, los
balcones engalanados con bellas colgaduras y la Giralda en una explosión de
luz, un telegrama de Madrid llenó de ternura el corazón del santo arzobispo
Spínola: «Para gloria de la Virgen de los Reyes, cuya coronación celebra mañana
Sevilla entera, y con íntima satisfacción de mi alma, de la que participará esa
noble ciudad, he indultado de la pena de muerte a Miguel Molina Moreno. Alfonso».
Esa misma noche, don Marcelo respondió con
otro telegrama: «Mayordomo Mayor de S. M. - Palacio Real. - Madrid. La gratitud
del pueblo de Sevilla es inmensa: bendice con efusión a S. M., y yo, lleno de
júbilo, me atrevo a asegurarle que la Virgen de los Reyes le colmará de sus
dones. Arzobispo de Sevilla».
Esa noche –él mismo lo confiesa–, don
Marcelo Spínola no pudo pegar un ojo, de gratitud. El día amaneció brillante.
Muy de mañana, las campanas de todas las iglesias de la ciudad repicaban y las
dianas recorrían las calles. La Catedral, a las nueve, era ya una invasión de
gente. En el trascoro aparecía la Virgen de los Reyes en su paso, libre de su
baldaquino para verse mejor por los fieles.
A las 11 comenzó la liturgia jubilar. Un
canónigo leyó las bulas pontificias que autorizaban el acto. Seguidamente, la
bendición de las coronas, de la Virgen y del Niño, por el primado cardenal
Sancha, y la misa pontifical, oficiada por el nuncio Rinaldini. Tras la misa,
el cardenal Sancha procedió al rito de la coronación. Sube por una escalerilla
de detrás del paso y coloca primero la corona del Niño. Después, la corona
grande de la Virgen, preciosa corona costeada por la gente de Sevilla. Y el
pueblo, que se había contenido hasta entonces, prorrumpió en aplausos y vivas a
la Virgen de los Reyes.
Después de la coronación, se cantó la copla
de Miguel Cid «Todo el mundo en general», con música del maestro Eslava. Y los
Seises danzaron delante de la Virgen coronada, mientras enfilaba la procesión
hacia la calle. La Virgen de los Reyes paseó por las calles de Sevilla, sin
palio, para ser vista desde los balcones engalanados, y rodeada por los
estandartes, banderas y simpecados de las hermandades sevillanas.
Una curiosidad. El indultado
Miguel Molina huyó del penal de
Santander, donde cumplía cadena perpetua, 20 de mayo de 1908, pero su
fuga no duró mucho. A los cinco días fue entregado a la policía por el
encargado de una obra donde se presentó buscando trabajo.
Y prosigamos con los festejos de la
coronación. Al día siguiente, tuvo lugar en el salón de Murillo del Museo
provincial, el Certamen literario. Presidió el acto el primado cardenal Sancha
y a uno y otro lado, el nuncio Rinaldini y don Marcelo Spínola. En la tribuna, don
Marcelino Menéndez y Pelayo disertó sobre la Inmaculada y recibió el obsequio
de dos bandejas de plata repujada, como recuerdo de su intervención en la
fiesta. Don Modesto Abín y Pineda, presidente de la Junta directiva del
certamen, y Muñoz y Pabón, como secretario, fueron a entregársela a la casa del
catedrático don Joaquín Hazañas y La Rúa, que tenía la honra de hospedarlo. Don
Modesto Abín le dijo:
–Señor: la Junta directiva del certamen
ruega a usted que se digne aceptar este humilde recuerdo de su estada en
Sevilla.
Y «como chiquillo con zapatos nuevos»
–cuenta Muñoz y Pabón–, don Marcelino vio las bandejas repujadas y todo lo que
se le ocurrió decir, casi con lágrimas en los ojos, fue:
–¡Lo contenta que se va a poner mi madre
cuando se las lleve!...
No hay comentarios:
Publicar un comentario