En mi libro “Los Fantasmas de las
Catedrales de España”, publicado en 1999, en el capítulo 23 dedicado a la
catedral de Jaén, reseñé un tema del que se está hablando actualmente en las
redes sociales: “El tren de la muerte”. Digo en él:
Don Manuel Basulto y 328 fantasmas más
En el suelo de la Cripta de la Catedral de
Jaén, una gran cruz de mármol rojo cubre los restos de los allí enterrados: 328
personas, entre ellas 127 sacerdotes y la hermana del obispo. Don Manuel
Basulto y Jiménez, obispo de Jaén, ocupa su lugar a los pies del altar en tumba
exenta. En la lápida de mármol negro que cubre su sepultura está grabada esta
leyenda: «A la buena memoria del excelentísimo y reverendísimo señor don Manuel
Basulto y Jiménez que, apresado en su casa por los marxistas y conducido a
Madrid en un tren de presos, antes de llegar a la capital postrándose de
rodillas y bendiciendo a sus impíos ejecutores fue inicuamente fusilado.
Piadoso, afable, sabio, elocuente, vivió 67 años, desde su consagración 27,
recibió público y solemne homenaje fúnebre en la ciudad de su título episcopal
el día 10 de marzo de 1940. Sus restos fueron depositados en esta cripta de su
iglesia en espera de la resurrección de la carne».
Es una cripta repleta de fantasmas que
evocan momentos doloridos y tristes de aquella guerra civil –mejor dicho,
incivil– de 1936. Una buena porción de ellos, con el obispo Basulto y su
hermana, proviene de aquel «tren de la muerte» que salió hacia la prisión de
Alcalá de Henares el 11 de agosto de 1936, cargado con presos de la prisión
provincial y de la catedral, repleta en aquellos momentos con más de 1.200
detenidos. Pero no llegaron a su destino. En la estación de Santa Catalina,
inmediata a la de Atocha, llegó el tren hacia el mediodía del día 12. Un grupo
de mozalbetes armados pidieron que les entregaran los prisioneros. Y aquello
fue una masacre. El que mató al obispo Basulto confesó que lo hizo disparando
una escopeta cargada de plomo a una distancia de metro y medio. El obispo de
rodillas imploró esta oración:
–Perdona, Señor, mis pecados y perdona
también a mis asesinos.
La hermana del obispo gritaba:
–Esto es una infamia, soy una pobre mujer.
Y le contestaron:
–No te apures, a ti te matará una mujer.
Se llamaba Josefa Coso la miliciana que
disparó a sangre fría a la única mujer de la expedición.
Enterrados en una inmensa fosa, fueron
exhumados en marzo de 1940 y, tras laboriosa identificación, traídos a la
Cripta de la catedral de Jaén, que sirvió de panteón un siglo antes para los
caídos de la guerra de la Independencia.
Junto a ellos están enterrados también los
fusilados en el cementerio de Mancha Real, sacados de la prisión el 2 de abril
de 1938 como represalia por el bombardeo de Jaén del día anterior.
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