Hoy, 4 de octubre, es la festividad de san
Francisco de Asís, el gran amigo de Dios. Ya decía Renan, que no fue
precisamente un santo, que «se puede decir que, después de Jesús, Francisco de
Asís es el único perfecto cristiano». Relatemos los últimos momentos de su
vida.
El cardenal Hugolino pide a Francisco que
atenúe la rigidez de la estricta pobreza de la Segunda Regla. Francisco se
retira con fray Elías a Fonte Colombo, donde redacta la Regla definitiva, la
tercera, que será aprobada por el Papa a finales de 1223. Esa Navidad, festeja
plásticamente el nacimiento de Cristo en la gruta de Greccio, cercano a Rieti.
Pobres campesinos y pastores de las tierras de alrededor acudieron, algunos con
sus rebaños, a dar colorido a esta representación del nacimiento de Cristo. Fue
el primer belén o nacimiento, bellísima tradición que perdura hasta hoy.
Enfermo de los ojos –enfermedad que había
adquirido en Oriente–, atacado de dolores de estómago y de hígado, Francisco, a
la grupa de un asnillo, recorre la Umbría y la Marca, en su última predicación
misionera. El verano de 1225, enfermo, casi ciego, señalado por los estigmas,
lo pasó en el jardín de San Damián, donde compuso con Santa Clara el célebre Cántico
de las Criaturas o Cántico al Sol, el himno más elevado de acción de
gracias y de alabanza. Por consejo del cardenal Hugolino, acude a Rieti, donde
se halla la corte pontificia, y es acogido en el palacio del obispo. Los
médicos pontificios le someten a una operación en los ojos, con resultados
negativos.
En la primavera de 1226 es llevado a Siena
para recibir otros cuidados médicos. En el viaje de vuelta, en Cortona, redactó
su célebre Testamento. Y como empeoraba, conducido a Asís, fue acogido
en el palacio del obispo. A fines de septiembre, cuando vio que se acercaba el
fin, hizo ser llevado por sus hermanos a la Porciúncula, porque quería morir en
la sede de la Fraternidad. Al llegar a la planicie, bendijo a la ciudad de
Asís. Y cuando se sintió morir, pidió que lo pusieran en el suelo, desnudo
sobre la desnuda tierra de la Porciúncula de Santa María la Mayor. Y así,
privado de toda cosa terrena, murió en la tarde noche del 3 de octubre de 1226,
a los 44 años, cantando el salmo 142: «A voz en grito clamo al Señor, a voz en
grito suplico al Señor». Se cuenta que una bandada de alondras revoloteó el
tejado de su cabaña y le ofrecieron el más bello recital de despedida.
En marzo de 1227, el cardenal Hugolino, que
hasta entonces había sido protector de Francisco y de la Fraternidad, fue
elegido Papa con el nombre de Gregorio IX. Al año siguiente, emitió la bula Recolentes,
en la que animaba a la cristiandad a recoger ofrendas para la construcción de
una gran basílica en honor de Francisco de Asís. Dos meses más tarde, llegó a
Asís y el 19 de julio de 1228 canonizó a Francisco. Poco después comisionaba a
Tomás de Celano escribir una biografía del santo.
El 25 de marzo de 1230, los restos de San
Francisco fueron trasladados a la cripta de la nueva basílica. Y el 28 de
septiembre emitió la bula Quo elongati, por la que negaba la
obligatoriedad, a los componentes de la orden franciscana, del Testamento de San
Francisco, e interpretaba más moderadamente el paso de la Regla definitiva de
1223, en la que se prescribía para la Orden la pobreza absoluta.
Su primer biógrafo, Tomás de Celano, ante
la personalidad misteriosa de Francisco de Asís, dejó la pluma para decir: «Es
mejor que calle», porque ninguna palabra logrará repetir «el misterio original
y genial encerrado en San Francisco».
En 1939, Pío XII le tributó un
reconocimiento oficial al «más italiano de los santos y al más santo de los
italianos», proclamándolo patrono principal de Italia. Y en 1979, Juan Pablo II
lo proclamó patrono celestial de los ecologistas.
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