martes, 1 de octubre de 2019

Teresa de Lisieux: una lluvia de rosas


Esta es la promesa esencial de Teresa, que comunicó a su hermana Inés de Jesús poco antes de morir:
–Presiento que voy a entrar en el descanso. Pero presiento, sobre todo, que mi misión va a empezar: mi misión de hacer amar a Dios como yo le amo, de dar a las almas mi caminito. Si Dios escucha mis deseos, pasaré mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra... no quiero descansar mientras haya almas que salvar.


 Y a su hermana sor Genoveva:
Después de mi muerte, haré descender una lluvia de rosas... cuento con no estar inactiva en el cielo. Mi deseo es seguir trabajando por la Iglesia y por las almas. Se lo pido a Dios y estoy segura de que me escuchará. ¿No están los ángeles continuamente ocupados de nosotros, sin cesar nunca de contemplar el rostro divino, de abismarse en el océano sin orillas del Amor? ¿Por qué no ha de permitirme Jesús imitarles? Ya ves que, si abandono el campo de batalla, no es con el deseo egoísta de descansar.
Teresa ha enseñado que no importa ser frágil, sentirse pequeño en este mundo, para acercarse al corazón de Dios. Dijo ella:
–Hay que saberle ganar por el corazón; ese es su lado débil.
Y en una carta a su hermana Leonia:
–He llegado a entender que no hay sino ganar a Jesús por el corazón.
Inés de Jesús pedía a su hermana explicaciones sobre el camino que decía que quería enseñar a las almas después de su muerte.
–Madre, es el camino de la infancia espiritual, el camino de la confianza y del total abandono. Quiero enseñarles los medios tan sencillos que a mí me han dado tan buen resultado, decirles que aquí en la tierra sólo hay que hacer una cosa: arrojarle a Jesús las flores de los pequeños sacrificios, ganarle a base de caricias. Así le he ganado yo, y por eso seré tan bien recibida.
Como dice Von Balthasar, así el cielo se convierte en un cielo robado.
–Mis protectores y mis predilectos en el cielo son los que lo robaron, como los santos Inocentes y el Buen Ladrón. Los grandes santos lo ganaron por sus obras; yo quiero imitar a los ladrones, lo quiero alcanzar por maña, una maña de amor que me abrirá su entrada, a mí y a los pobres pecadores.
Así es Teresa del Niño Jesús, convertida en uno de los santos más conocidos del mundo entero. No muy lejos de Alençon, ciudad natal de Teresa, se halla la ciudad de Nantes, donde nació Julio Verne. En 1873, el mismo año del nacimiento de Teresa, Julio Verne publicó La vuelta al mundo en ochenta días.
Muchas vueltas al mundo ha dado Teresa de Lisieux, esa sencilla carmelita, que es venerada por gente de todas las razas y que ha fascinado a los humildes y sencillos de corazón como ella.
Sobre su tumba se colocó una cruz de madera con esta inscripción: «Sor Teresa del Niño Jesús, 1873-1897». Y escritas estas palabras que pintó la madre Inés de Jesús, su hermana:

Que quiero, Dios mío,
llevar lejos tu fuego;
acuérdate.

Pero la pintura se hallaba aún fresca y el texto se borró. Entonces la madre Inés inscribió un texto nuevo que me parece más en consonancia con el mensaje de Teresa:

Quiero pasar mi cielo
haciendo bien en la tierra.

La madre María de Gonzaga, priora del Carmelo de Lisieux en vida y muerte de Teresa, escribió al margen del Acta de Profesión de Teresa, aunque tiempo después de sentir el eco que estaba provocando por doquier la Historia de un alma, un auténtico best-seller, traducido a más de 60 lenguas:
–Esta Flor, más del cielo que de la tierra, ha sido cortada por el divino jardinero, a la edad de 24 años y 9 meses, el 30 de septiembre de 1897. Los nueve años y medio pasados en medio de nosotras, dejan nuestras almas embalsamadas con las virtudes más bellas de que una vida de carmelita puede estar llena. Modelo cumplido de humildad, de obediencia, de caridad, de prudencia, de desprendimiento y de regularidad, cumplió el difícil cargo de Maestra de Novicias, con una sagacidad y una perfección que sólo tenía igual en su amor a Dios. Nos remitimos al querido manuscrito que edificará al mundo entero, dejándonos a todas los ejemplos más perfectos. Este Ángel de la tierra tuvo la dicha de volar a su Amado en un acto de amor. ¡Oh, amadísima, velad sobre vuestro Carmelo!

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