¿Qué sevillano, si cruza
de la noche en el silencio
las mezquinas callejuelas,
llenos de calma y misterio,
de la antigua judería,
o del barrio macareno,
o si al Alcázar se acerca,
o a calle del Candilejo,
no mira vagar la sombra
del rey don Pedro el primero?
...
Y calles, jardines, plazas,
iglesias y monasterios,
todo en Sevilla repite
el nombre del rey don Pedro.
Dejó aquí tantas memorias,
tan indelebles recuerdos,
que él estará entre nosotros
más vivo cuanto más muerto.
Este
romance de Cano y Cueto refleja el afecto que la Sevilla romántica del XIX
tributó a don Pedro I el Cruel. Para Sevilla no es el Cruel, sino el
Justiciero, como le bautizara Felipe II.
¿Cómo
era el rey don Pedro?
En
descripción de López de Ayala, siendo Pedro I noble entre los nobles, no podía
ser menos que «blanco e rubio». Lástima que «ceceaba un poco en la fabla» y le
sonaban las canillas. Pero era parco en el dormir, parco en el comer, y amante
de mujeres.
Dos
características predominaban en Pedro I: su crueldad y su lascivia. De ambas
cosas dio sobradas muestras, a pesar de que los románticos sevillanos nos
quieran presentar la imagen de un Pedro I tan severamente justiciero como
caballeroso con las damas.
No
nos hallamos ante un rey normal. «Ser rey y ser rey en la Edad Media –cuenta el
doctor Gonzalo Moya, que en 1968 realizó un estudio médico de los restos de rey
don Pedro, que se hayan en la cripta de la Capilla Real de la Catedral de
Sevilla– constituía una pésima condición para que un paralítico cerebral fuera
‘domesticado’, como dice con extraordinaria perspicacia Saavedra Fajardo. Esta
mezcla inextricable de impulsividad, inestabilidad emocional, violencia,
indiferencia y abulia no es propia de un individuo normal. Por ello, creemos
que habría que llamar a Pedro I el loco y no el cruel; merece el primer
epíteto con más justicia todavía que el segundo y desde luego con más razón que
la pobre doña Juana, la hija de los Reyes Católicos».
Definitivamente,
no fue un rey normal... su desequilibrio mental, causa de la crueldad que
manifestó a lo largo de su reinado, le supuso el calificativo de Cruel,
con el que ha pasado a la historia.
Pero
Sevilla lo quiere, amorosamente, enfermizamente. Y lo recuerda con sus leyendas
impresas en las piedras del Alcázar y calles de la ciudad. Una de las más
populares, recordada con una hornacina y una calle en el nomenclátor de
Sevilla, es ésta.
Érase
una vez... Hay que comenzar así, que de leyenda se trata. Érase una vez allá
por los años de mediados del siglo XIV, cuando el rey don Pedro, embozado en su
capa, salió ya anochecido del Alcázar a corretear por Sevilla... Que lo cuente
la Crónica de don Juan de Castro, obispo de Jaén, que esta leyenda tiene
hondas raíces de verdad histórica. Salió el rey una noche del Alcázar de
Sevilla y mató a un hombre en los Cinco Cantillos. Al ruido de las cuchilladas,
una vieja sacó un candil y vio la riña. Al día siguiente, Domingo Cerón,
alcalde del rey, fue a averiguar la muerte y halló que el rey había hecho el homicidio
por la información de la vieja, que dijo había conocido al rey porque le
crujían las rodillas como nueces, y este ruido hacía el rey cuando andaba, y
era conocido por ello. Domingo Cerón volvió al Alcázar, se sentó en la silla
del juicio que estaba a la puerta, y esperó con la vara en la mano a que el rey
saliese a misa a Santa María (la Catedral), y al salir hizo reverencia al rey y
humilló la vara. El rey le dijo:
–¿Cómo
estáis despacio, aviendome dicho los malos fechos y muerte que avido esta noche?
Domingo Ceron dijo: ya está todo averiguado, y el matador no a fuido, que está
presente. Preguntó el Rey: –Quien es que yo le faré quitar la cabeza y ponella
en el lugar de la muerte. Domingo Ceron se echó a sus pies y le dijo: Vtra. Sª.
a dado la sentencia, mas yo porné una cabeza de mi fijo Martin Ceron por la de
Vtra. Señoría. El Rey dio por bien averiguada la causa y mandó poner su cabeza
en lugar que llaman Candilejo y Domingo Ceron colgó la vara a la puerta de las
Capillas reales por aver tenido al Rey en su juiçio.»
En
el lugar del suceso, una estatua de medio cuerpo recuerda todavía, junto al
nombre de la calle, el curioso lance que sostuvo don Pedro el Cruel en noche
sevillana con otro caballero y el descubrimiento por la vieja del candil al
oírle sonar las canillas al rey. Aparece el monarca de medio cuerpo, coronado,
con armadura y manto real, su diestra empuña un cetro que se apoya sobre su
pecho y la izquierda descansa sobre su espada. Fue colocada por el Ayuntamiento
de la ciudad el 26 de septiembre de 1608, sustituyendo a una cabeza de barro,
que el duque de Alcalá adquirió al dueño de aquella casa, que la tenía
arrumbada en un rincón de la casa. El duque la tuvo «por verdadera efigie del
rey don Pedro o muy parecida». «Y repitiendo las señas de la cabeza dezia que
juzgaba era de barro cocida y pintada con el pelo corto, que solo le cubria el
cuello, cortado alrededor y cercenado por la frente como entonces se usaba, sin
bigotes ni barbas, el rostro algo abultado, y en la cabeza un bonete redondo,
trage de aquel tiempo», según se lee en un manuscrito antiguo de la Biblioteca
Colombina, transcrito por Gestoso. Esta cabeza, la primitiva, la originaria, se
custodia en la Casa de Pilatos.
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