sábado, 24 de mayo de 2014

El intelectual cazado

Me interesó el libro La caza de los intelectuales (Destino 2014), cuando ojeé sus páginas en una librería, escrito por el que fuera ministro de Cultura con Zapatero, César Antonio Molina. Y lo compré. Precisamente por leer un capítulo titulado: «El dios de Auschwitz-Birkenau no nos debe ninguna explicación, pero nosotros sí se la debemos», donde cita con profusión la figura de Edith Stein, que para mí ya es algo de mi carne en estos últimos tiempos. He profundizado en su vida durante más de un año y fruto de ello es el libro titulado: «Edith Stein, mártir en Auschwitz». Me interesaba ver qué dice un intelectual de ella, que últimamente tengo cierta prevención de cómo la progresía trata a toda figura que huela a hábito y a Iglesia católica.
Y he tenido una sensación agridulce. Lo dulce porque trata positivamente su figura, lo cual es de agradecer: una Edith, judía conversa y carmelita descalza, gaseada en Auschwitz el 9 de agosto de 1942. Y una sensación agria, porque comete demasiados errores históricos referentes a su persona. Al final del capítulo ofrece una bibliografía sobre ella, incluso sus Obras completas, pero me parece que está puesta de adorno.
Dice cosas como estas:
–Edith Stein, también conocida como Madre Teresa Benedicta, junto con su hermana Rosa, también religiosa. Ambas eran judías que se habían convertido, con gran escándalo familiar, al cristianismo. Edith era una filósofa, ensayista y profesora universitaria que lo dejó todo para ingresar en el Carmelo. Su familia, religiosa ortodoxa judía, lo sufrió como una afrenta.
Y más adelante:
–En 1922, y ya a una edad importante, quiso ser bautizada y recibió también la primera comunión. Y al año siguiente la confirmación. Profesora destacada y querida por sus alumnos, impartió la docencia en varias universidades de su país natal y en 1933, en pleno avance del nazismo, ingresó en el Carmelo… El hábito carmelita lo tomó en 1934. Y dos años después fallecía su madre, que sacó adelante el negocio familiar habiéndose quedado viuda muy joven.
Bueno, no tan joven, viuda a los 44 años. Le dio tiempo de parir a once hijos, la última de ellos la propia Edith.
Apoyándose en el film La séptima morada, refiere Molina cómo «Edith le narra a su madre los motivos de su conversión y ella la recrimina y la expulsa fuera de la casa y la familia».
Y por último, ya de carmelita descalza, afirma que «llegó a ser priora».
¿Me creeréis si os digo que lo citado es falso o falseado? ¡Me pregunto de dónde ha tomado los datos! Y se le ha escapado lo mejor de la vida de Edith: el análisis psicológico de su paso del judaísmo a la indiferencia, cuando solo tenía trece o catorce años; su brillante carrera filosófica a la sombra del profesor Husserl, padre de la fenomenología, del que fue su asistente durante cerca de dos años; su relación con él, también judío converso, con el que mantuvo correspondencia hasta su muerte; su relación con Heidegger, más conflictiva, quien al subir al poder Hitler a principios de 1933, abrazará con oportunismo esta perversa ideología y dará de lado a Husserl. Obtuvo el rectorado de la Universidad de Friburgo y se afilió al partido nazi, al tiempo que a Husserl, ya emérito, le quitaron su despacho de la Universidad y lo mandaron a su casa.
La larga conversión al catolicismo de Edith Stein tuvo su guinda final al leer en casa de unos amigos en noche de vela la Vida de Teresa de Jesús y exclamar:
–¡Aquí está la verdad!
Un paso difícil fue decirle a su madre que deseaba bautizarse en la Iglesia católica. Y la señora Augusta lloró. Pero no la echó de casa. Estuvieron abrazadas durante un buen tiempo. Recibió el bautismo y la comunión el 1 de enero de 1922. Un mes más tarde, 2 de febrero, –no un año después–, recibió la confirmación. Por su parte, su hermana Rosa, ocho años mayor, mantuvo en secreto su conversión hasta después de la muerte de su madre. Y no fue religiosa, sino seglar terciaria carmelita. Murió en Auschwitz al lado de su hermana.
Cuando doce años después de su conversión, en 1933, Edith decide entrar en el Carmelo, acude a despedirse de su madre y pasa con ella unos días. Fue muy difícil decirle a su madre que ingresaba en las carmelitas de Colonia. La madre se preguntaba:
–¿Dónde me equivoqué? ¿por qué no he podido evitarlo?
Edith la acompaña el sábado a la sinagoga. Al volver, la madre le habla:
–Fue hermosa la prédica del rabino, ¿verdad?
–Sí, madre.
–También los judíos pueden ser piadosos.
–Ciertamente, cuando no se ha conocido otra cosa.
Entonces se volvió hacia ella crispada:
–¿Por qué lo has conocido tú? No quiero reprocharle nada a él. Debió de ser un hombre muy bueno. Pero ¿por qué se quiso hacer Dios?
Edith Stein no fue profesora de Universidad. Defendió una tesis doctoral brillantísima, premiada con las máximas calificaciones. Pero no pudo optar a cátedra. Se opuso su condición de mujer y su condición de judía.
La república de Weimar, recién estrenada, permitió según el artículo 109 de su constitución el acceso a cátedra de las mujeres. Pero la realidad era otra. Edith intentó presentarse a cátedra en Munich, Gotinga y Kiel, con resultado negativo. En Friburgo ni lo intentó. Estaba Husserl y Heidegger. No había lugar para ella. Se postuló para Munich, también sin resultado. Hubo de conformarse con clases en un colegio de monjas y sus numerosas conferencias impartidas por toda Alemania sobre la condición femenina.
Cuando llegó Hitler, no es que lo dejara todo para meterse monja. Es que perdió su empleo de profesora por el hecho de ser judía. Y viendo que no tenía ninguna perspectiva académica en el futuro, quiso cumplir lo que añoraba desde su conversión y que sus directores espirituales no la habían dejado, porque creían que daba mejor testimonio en la vida civil: retirarse a un convento de clausura, donde, señor César Antonio Molina, no llegó nunca a ser priora.
Y de remate, Auschwitz no se halla en la «Alta Siberia» (p. 399), sino en la Alta Silesia, pero esto puede ser un error de escritura. A Siberia mandaba a su gente Stalin.

1 comentario:

  1. Le agradezco el artículo, en el punto de la clarificación, pero le pido un inmenso favor: no adopte Ud. el tic intelectual-católico de crearse un enemigo en una entidad abstracta llamada "progresía" (o la que sea).
    El catolicismo necesita de intelectuales que sepan distinguir entre la verdad y la mentira, o entre la verdad y el error, pero no entre "nosotros" y "ellos".

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