El 29 de junio de 1560, le
sucedió algo excepcional a Teresa de Jesús: la visión intelectual de la
Humanidad de Cristo. Llevaba Teresa unos cuatro años con locuciones cuando le
viene una visión:
–Estando
un día del glorioso San Pedro en oración, vi junto a mí a Cristo, o lo sentí,
por mejor decir –que no vi nada con los ojos del cuerpo ni del alma–... Yo,
como estaba ignorantísima de que podía haber semejante visión, diome gran temor
al principio y no hacía sino llorar, aunque en diciéndome una palabra sola de
asegurarme, me quedaba quieta y con regalo y sin ningún temor. Parecíame andar siempre a
mi lado Jesucristo, y como no era visión imaginaria, no veía en qué forma; mas
estar siempre al lado derecho, sentíalo muy claro, y que era testigo de todo lo
que yo hacía, y que ninguna vez que me recogiese un poco o no estuviese muy
divertida podía ignorar que estaba cabe mí.
Éxtasis
de santa Teresa, de Bernini.
Teresa, «harto fatigada»,
fue a contárselo a su confesor.
El padre Álvarez le
preguntó:
–En qué forma le ve.
Teresa le contestó:
–No lo veo.
–¿Cómo sabe que es Cristo?
–No sé cómo, mas no puedo
dejar de entender está junto a mí y lo veo claro y lo siento, y el recogimiento
del alma es muy mayor en oración de quietud y muy continuo y los efectos son
muy otros que solía tener. Es cosa muy clara.
Poco después, tuvo nuevas
visiones, esta vez imaginarias. No eran conceptos intelectuales sino formas
sensibles que percibía en su imaginación. Un día se le mostraron las manos del
Señor «con tan grandísima hermosura que no lo podría yo encarecer». Días después
el rostro de Cristo, «que del todo me parece me dejó absorta». Por fin, el día
de san Pablo, estando en misa, se le apareció toda la Humanidad de Cristo.
–Cuando otra cosa no
hubiese para deleitar la vista en el cielo sino la gran hermosura de los
cuerpos glorificados, es grandísima gloria, en especial ver la Humanidad de Jesucristo,
Señor nuestro.
Jerónimo Gracián oyó de
labios de la Santa
que tuvo muchas veces en su vida esta visión, «trayendo continuamente presente
una figura de Cristo, muy hermoso, resucitado con corona de espinas y llagas,
de que hizo pintar una imagen que me dio a mí y yo se la di al duque de Alba,
don Fernando de Toledo».
Pero el suceso de más
resonancia mediática en la vida de Teresa, por ser la cima de todos sus
fenómenos místicos, es la gracia del dardo o transverberación. Lo cuenta Teresa
en el capítulo 29 del Libro de la Vida:
–Quiso el Señor que viese
aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo,
en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla; aunque muchas veces
se me representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada que dije
primero. En esta visión quiso el Señor le viese así: no era grande, sino
pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy
subidos que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines, que
los nombres no me los dicen; mas bien veo que en el cielo hay tanta diferencia
de unos ángeles a otros y de otros a otros, que no lo sabría decir. Veíale en
las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco
de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a
las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda
abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar
aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo
dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que
Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el
cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y
Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento.
Este episodio ha sido
inmortalizado por Bernini en su obra en mármol que se halla en la iglesia de
Nuestra Señora de la Victoria
en Roma. A mí me pareció, cuando la vi, una obra subyugante. Pero comprendo la
crítica del carmelita Donázar por no reflejar el artista la actitud activa de
Teresa, como es recogida en la descripción que ella ofrece.
–Todo en él —se queja
Donázar–respira pasividad, abandono y languidez, comenzando por el ángel que la
hiere, que tiene cara de sátiro, y que maneja el dardo como si fuese un arco de
violín.
Y añade:
–Las palabras de santa
Teresa nunca dan pie para pensar en un abandono o pasividad del cuerpo. Todas
las descripciones que hace la Santa del trasvase de la gracia interior en el
cuerpo, describen a éste mantenido en vilo, no venciéndose hacia abajo, como
correspondería a su peso específico, sino a remolque del espíritu, tendiendo
hacia arriba, de modo que la representación más fiel sería una pintura
vertical, al estilo del Greco.
Y critica también una
cierta sensualidad en el rostro de Teresa que dará paso modernamente a
descripciones freudianas.
No es un dolor corporal
esta visión conocida como transverberación ni el corazón ha sido traspasado por
un dardo. Es una visión imaginativa de lo que el espíritu de Teresa sentía.
Como dice Efrén de la Madre
de Dios: «Ni el ángel tenía cuerpo ni el dardo era dardo, ni el fuego fuego, ni
la herida herida. Sólo eran formas sensibles con que la imaginación traducía
grandezas inefables». Lo explica mejor Teresa en una Cuenta de conciencia:
–Es una manera de herida
que parece al alma como si una saeta la metiesen por el corazón o por ella
misma. Así causa dolor tan grande que hace quejar, y tan sabroso que nunca
querría le faltase. Este dolor no es en el sentido, ni tampoco es llaga
material, sino en lo interior del alma sin que parezca dolor corporal.
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