sábado, 7 de septiembre de 2019

Cardenal y torero: dos combonianos sevillanos


El comboniano Miguel Ángel Ayuso Guixot, misionero en Egipto y Sudán y aterrizado en el Vaticano como experto en el Islam para el papa Francisco, ha sido actualidad estos días pasados al ser nombrado cardenal. Algo de torero debe de llevar en su sangre al ser bautizado en la parroquia de San Bernardo, el barrio de los toreros, aunque luego de muy pequeño se trasladara con su familia al barrio de Heliopolis, donde pasó su infancia y juventud. Pero ha habido otro misionero comboniano sevillano, natural del pueblo de Paradas, que fue en sus años jóvenes torero: Juan Benjumea se llamaba, fallecido el 21 de septiembre del año pasado 2018 en Moncada (Valencia), a los 80 años de edad, víctima de cáncer, donde los combonianos tienen un Centro de animación misionera, Pastoral de inmigrantes y Museo Africano y donde Juan Benjumea ingresó por primera vez en los combonianos para marchar posteriormente a misiones en la selva del Ecuador.


  
El cardenal Ayuso y el torero Juan Benjumea

De la existencia del misionero torero me ha puesto sobre la pista mi buen amigo taurófilo Álvaro Pastor, que me ha enviado un precioso artículo que publicó en la revista de la Feria de Paradas del año pasado titulado: «Juan Benjumea: del ruedo a la teología de la liberación». Este artículo me servirá principalmente para dar una semblanza del misionero comboniano, que paseó «por los ruedos españoles en los años sesenta», donde tuvo cierto éxito.
–Fue –cuenta Álvaro Pastor– jornalero aprendiz de carpintero, desbravador de caballos en la finca del conde de Aguilar, figurante en la película «Rey de Reyes», encofrador en la construcción del estadio Sánchez Pizjuán o modelo para crucificados en la Facultad de Bellas Artes.
De familia pobre, el toreo era una de las salidas para paliar las penalidades de la familia. Reciente era el caso de Manuel Benítez «El Cordobés». Aunque Juan Benjumea no pasaría de novillero.
–Aún recuerdan a Juan Benjumea vestido de luces saliendo de la fonda «Parador el Sol», en la calle Cabeza del Rey Don Pedro, para torear en la plaza de toros de Sevilla; era una tarde de agosto del año 1961.
Luego toreará en Vista Alegre, Alcázar de San Juan o las Ventas de Madrid, y, a punto de tomar la alternativa en Málaga, se le cruzó la vocación religiosa que le vino de unos cursillos de cristiandad y su pertenencia a las Hermandades del Trabajo.
–Somos hijos del mayor Artista: Nuestro Padre que nos envió a su Hijo: Camino, Verdad y Vida… Hay quien no ve en el toreo ese destello del hombre y el toro… los mismos cronistas y taurinos no lo debían consentir; hemos prostituido algo que no es propio del ser humano: el duende, la gracia. La mayor gracia es la tauromaquia, los artistas y el toro son gratuitos, no buscan más que ese duende que nunca deberían prostituir por nada del mundo: Pepe Luis Vázquez, Chicuelo, Antonio Ordóñez, Antonio Bienvenida y alguno más, pero muy pocos. Yo lo tuve en mis manos, pero hubo otro más fuerte, Jesús de Nazaret…y preferí seguirlo; las misiones, el poder vivir con los pobres, los preferidos de nuestro Padre. Ha sido mi mayor riqueza y satisfacción, compensación de lo que me ilusionó después de haber conocido y convivido con lo que se llama la flor y nata de la sociedad.
Se ordenó de sacerdote en 1990, pero una cornada más fuerte que la de los toros, el cáncer, acabó con su vida. Estuvo destinado en la selva de Ecuador en misiones como Borbón, El Carmen o San Lorenzo y en los barrios más pobres de diversas capitales sudamericanas. Él mismo escribirá a Álvaro Pastor cuando se hallaba en la ciudad ecuatoriana de Esmeraldas:
–No podía llevar reloj, aunque fuera malucho, porque si te atracaban te podían cortar directamente el antebrazo para llevárselo a poco que se atascara la correa.

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