Hoy,
festividad de santa María de la Purísima, Hermana de la Cruz, quiero reseñar un
momento de su vida.
Poco
tiempo después de ser elegida Superiora General, año 1977, María de la Purísima
marcha a Roma para la visita del convento romano de las Hermanas. Mejor dicho,
del piso romano, Via del Pellegrino, 96, en el corazón de Roma, cuarto piso. (Hoy
tienen dos pisos, cuarto y quinto, en un viejo edificio propiedad de la
embajada española). Este convento de Roma, enclavado en una casa de vecinos,
recibe al que llega con la cruz en la puerta y las fotos de la Macarena y de Sor
Ángela de la Cruz. Y muchas macetas de aspidistras. Un rincón sevillano en la
Roma eterna, y unas monjas aquellas, ay, qué estupendas, capitaneadas entonces por
la superiora, que conocí, Hermana Loreto, una santa, en vida y en su muerte.
–En
nombre del Señor y del Santo Padre, no cambiéis, sed fieles a vuestro espíritu
contemplativo, a vuestra austeridad, y a vuestro servicio a la Comunidad y a
los pobres.
A María
de la Purísima le tocó el alma estas palabras del cardenal.
–Me hizo mucha impresión –se dijo–, y
renové mi propósito de luchar por mantener el espíritu de nuestro Instituto
como Madre lo soñó.
Al
llegar a Sevilla, María de la Purísima escribió a las Hermanas su segunda carta
como Madre General. Y les contó la recomendación del cardenal Pironio,
desglosando sus palabras.
Espíritu
contemplativo…
–Madre
quería que fuésemos contemplativas con la oración y activas por nuestro servicio
a los pobres y demás ministerios. Esto nos exige una oración intensa que nos
haga vivir una vida de fe profunda, y nos impida dejarnos asfixiar por las
cosas materiales; para ello necesitamos intensificar nuestra oración, vida
interior y el silencio. Tendemos a vivir una vida natural, dando más valor a
las compensaciones humanas que a lo que nos hace adquirir méritos y nos ayuda a
practicar virtudes. Deseo que llenemos de verdad nuestra vocación que con tanto
entusiasmo abrazamos.
Austeridad…
–Al ver
tantos Institutos que lamentan haber cedido y dado más amplitud de la que
debieron, pienso que nosotras nos mantendremos en el camino recto si cada una
sabe exigirse el cumplimiento de la Santa Regla que un día abrazamos con
ilusión, y prometimos guardar fielmente. Este espíritu de austeridad nos
distingue de otras Congregaciones, y nosotras nos gloriamos de él, pero si no
nos sacrificamos por conservarlo acabaremos por perderlo.
Servicio
a la Comunidad…
–Es
costoso y requiere un gran espíritu sobrenatural, ya que somos muy distintas
las que componemos las Comunidades, y tenemos que sacrificar continuamente
nuestra manera de ser para que haya paz y unión.
Servicio
a los pobres…
–Con
respecto a los enfermos y necesitados, generalmente nos sacrificamos con
generosidad, pero nos falta ese punto que Madre tanto nos decía: «considerarlos
como a nuestros señores». Y... ¡qué paciencia se necesita en el trato con las
niñas! y ¡cuánto espíritu sobrenatural para trabajar sin recompensa!
En
conclusión…
–Piensen
en la responsabilidad que todas tenemos de conservar el espíritu de Hermana de
la Cruz. Recuerden lo que nuestro Padre Torres dijo a aquel señor que se
quejaba con él de la austeridad de las Hermanas: «Quiten la penitencia a las
Hermanas de la Cruz, y serán todo, menos Hermanas de la Cruz». Y también lo que
dijo Madre a las novicias el año 1931 al cantarle unos versillos que decían al
concluir: «Hasta el final de los tiempos durará la Institución». «Eso en
vosotras está, si sois fieles al espíritu durará hasta el fin de los tiempos;
pero si degeneráis y no viven para lo que Nuestro Señor la inspiró, no tendrá
razón de ser, y podrá deshacerse como la sal en el agua».
Ya saben
las Hermanas lo que piensa la Madre General.
–Nos
gloriamos –les dice finalmente– de no haber cambiado, pero… preguntémonos
sinceramente a nosotras mismas: ¿Somos como las primeras? ¿Tan pobres, tan
austeras, tan sumisas? Es verdad que los tiempos han cambiado mucho, quizá
diréis, pero las virtudes son las mismas, Dios no se muda. En este mes de mayo
consagrado a la Santísima Virgen las animo a que trabajen en el espíritu
sobrenatural, teniendo por «estiércol» –como dice san Pablo– todo lo que no sea
Cristo, y Este, crucificado.
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