Tomo esta noticia, que más parece un eco de
sociedad, de un manuscrito conservado en la Biblioteca del Palacio arzobispal
de Sevilla. Dice así:
–Jueves, 4 de julio de 1630, estuvo en la iglesia
mayor de esta ciudad la Monja Alférez, esta fue monja en Vizcaya, en San
Sebastián, se huyó del convento y se fue a las Indias en hábito de hombre el
año de 1603; sirvió de soldado veinte años, tenida por capón; volvió a España,
fue a Roma, y el papa Urbano VIII la dispensó de los votos y dio licencia para
andar en hábito varonil; el rey de España le dio título de alférez, llamándola
el alférez doña Catalina de Araujo, y el mismo nombre traía en los despachos de
Roma. El capitán Miguel de Chazarreta la llevó por mozo a Indias cuando allá
pasó y ahora que va por general de flota la lleva por alférez; hay una historia
manuscrita de la vida de esta doña Catalina de Araujo que ella misma escribió.
Recojo esta anécdota, no por la significación que
la Monja Alférez haya tenido con la ciudad de Sevilla, sino por la curiosidad
que supuso en su tiempo tan singular figura de mujer, que estuvo en Sevilla en
1603 por primera vez para embarcarse a las Indias, donde llevó una vida cuajada
de aventuras. Se alistó como soldado y luchó contra los indios. Una herida de
gravedad le hizo confesar su sexo. Volvió a España en 1623 y en 1625 pasó a
Roma con motivo del jubileo. El papa Urbano VIII la recibió en audiencia y le
dio permiso para vestir ropas masculinas. Se cuenta que doña Catalina de Erauso
relató al Papa sus múltiples aventuras, le confesó también que en lo referente
al honor sexual seguía siendo tan pura como una niña.
Pasó a Nápoles, donde su presencia suscitó curiosidad.
Paseando por el puerto, unos jóvenes, ellos y ellas, trataron de burlarse de
ella. Le dijeron:
–Signora Catalina, dove si cammina?
Y ella les contestó:
–A darles a ustedes cien pescozones y cien
cuchilladas a quien las quiera defender.
Naturalmente, aquellos mozalbetes salieron
corriendo.
En España fue agasajada por el conde duque de
Olivares y el rey Felipe IV le regaló 800 escudos en premio a su valor y le
concedió el grado de alférez. Volvió a las Indias, ya con fama bien lograda, en
1630. Y ese es el momento de su nuevo paso por Sevilla y su visita a la catedral.
En América siguió combatiendo por tierra y mar, pero su carácter pendenciero la
llevó a cometer un crimen. El gobernador de Chile la desterró a Arauco, pero se
fugó y se instaló en Potosí como arriero. Y aquí se pierde su memoria,
situándose su muerte entre 1635 y 1645.
Había nacido Catalina de Erauso (Araujo en el
manuscrito) en San Sebastián, procedente de una familia acomodada. Ingresada en
un convento de dominicas a la edad temprana de cuatro años, se fugó cuando
alcanzó la pubertad y anduvo por Vitoria y Valladolid disfrazada de paje. Llegó
a Sevilla y embarcó a las Indias. Sus correrías americanas le dieron fama y
leyenda.
Diego Ignacio de Góngora, en sus escritos sobre
curiosidades sevillanas, cuenta de esta visita:
–Yo hablé con el P. Fray Nicolás de Rentería,
religioso capuchino, que murió portero en el convento de religiosos capuchinos
de Sevilla, hombre ya muy anciano, que, siendo mozo y seglar, había estado en
las Indias, en la provincia de Nueva España, el cual me dijo que había conocido
a la monja alférez en Veracruz, donde tenía una recua de mulos para llevar las
ropas y mercaderías que traía la flota a México y tierra adentro y bajar la
plata que embarcaban los galeones, y que había realizado mucho caudal en este
género de tráfico y ocupación.
El pintor Francisco Pacheco la retrató al óleo en
1630 aprovechando su paso por Sevilla. Resulta curioso contemplar en este
cuadro la figura varonil de tan singular monja alférez e imaginarla paseando
por las calles de Sevilla, seguida de la chiquillería bullanguera, o recibida
en la catedral por los canónigos como un personaje singular.
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