sábado, 4 de julio de 2015

La Monja Alférez

Tomo esta noticia, que más parece un eco de sociedad, de un manuscrito conservado en la Biblioteca del Palacio arzobispal de Sevilla. Dice así:
–Jueves, 4 de julio de 1630, estuvo en la iglesia mayor de esta ciudad la Monja Alférez, esta fue monja en Vizcaya, en San Sebastián, se huyó del convento y se fue a las Indias en hábito de hombre el año de 1603; sirvió de soldado veinte años, tenida por capón; volvió a España, fue a Roma, y el papa Urbano VIII la dispensó de los votos y dio licencia para andar en hábito varonil; el rey de España le dio título de alférez, llamándola el alférez doña Catalina de Araujo, y el mismo nombre traía en los despachos de Roma. El capitán Miguel de Chazarreta la llevó por mozo a Indias cuando allá pasó y ahora que va por general de flota la lleva por alférez; hay una historia manuscrita de la vida de esta doña Catalina de Araujo que ella misma escribió. 


Recojo esta anécdota, no por la significación que la Monja Alférez haya tenido con la ciudad de Sevilla, sino por la curiosidad que supuso en su tiempo tan singular figura de mujer, que estuvo en Sevilla en 1603 por primera vez para embarcarse a las Indias, donde llevó una vida cuajada de aventuras. Se alistó como soldado y luchó contra los indios. Una herida de gravedad le hizo confesar su sexo. Volvió a España en 1623 y en 1625 pasó a Roma con motivo del jubileo. El papa Urbano VIII la recibió en audiencia y le dio permiso para vestir ropas masculinas. Se cuenta que doña Catalina de Erauso relató al Papa sus múltiples aventuras, le confesó también que en lo referente al honor sexual seguía siendo tan pura como una niña.
Pasó a Nápoles, donde su presencia suscitó curiosidad. Paseando por el puerto, unos jóvenes, ellos y ellas, trataron de burlarse de ella. Le dijeron:
–Signora Catalina, dove si cammina?
Y ella les contestó:
–A darles a ustedes cien pescozones y cien cuchilladas a quien las quiera defender.
Naturalmente, aquellos mozalbetes salieron corriendo.
En España fue agasajada por el conde duque de Olivares y el rey Felipe IV le regaló 800 escudos en premio a su valor y le concedió el grado de alférez. Volvió a las Indias, ya con fama bien lograda, en 1630. Y ese es el momento de su nuevo paso por Sevilla y su visita a la catedral. En América siguió combatiendo por tierra y mar, pero su carácter pendenciero la llevó a cometer un crimen. El gobernador de Chile la desterró a Arauco, pero se fugó y se instaló en Potosí como arriero. Y aquí se pierde su memoria, situándose su muerte entre 1635 y 1645.
Había nacido Catalina de Erauso (Araujo en el manuscrito) en San Sebastián, procedente de una familia acomodada. Ingresada en un convento de dominicas a la edad temprana de cuatro años, se fugó cuando alcanzó la pubertad y anduvo por Vitoria y Valladolid disfrazada de paje. Llegó a Sevilla y embarcó a las Indias. Sus correrías americanas le dieron fama y leyenda.
Diego Ignacio de Góngora, en sus escritos sobre curiosidades sevillanas, cuenta de esta visita:
–Yo hablé con el P. Fray Nicolás de Rentería, religioso capuchino, que murió portero en el convento de religiosos capuchinos de Sevilla, hombre ya muy anciano, que, siendo mozo y seglar, había estado en las Indias, en la provincia de Nueva España, el cual me dijo que había conocido a la monja alférez en Veracruz, donde tenía una recua de mulos para llevar las ropas y mercaderías que traía la flota a México y tierra adentro y bajar la plata que embarcaban los galeones, y que había realizado mucho caudal en este género de tráfico y ocupación.
El pintor Francisco Pacheco la retrató al óleo en 1630 aprovechando su paso por Sevilla. Resulta curioso contemplar en este cuadro la figura varonil de tan singular monja alférez e imaginarla paseando por las calles de Sevilla, seguida de la chiquillería bullanguera, o recibida en la catedral por los canónigos como un personaje singular.

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