Hace
unos días me encontré con un viejo amigo, que hacía tiempo no lo veía y ha
pasado por un mal trago de una operación difícil, felizmente superada. Me
refiero a Emilio Calderón, sacerdote sevillano, toda una vida dedicada a la
pastoral del pueblo gitano. Y en su honor, escribo estas líneas de un mundo que
él bien conoce.
El
rey Fernando VI, que reinó en España de 1746 a 1759, dictó una orden por la que
pretendía la separación de la familia gitana, los hombres enviados a trabajar
en las obras públicas, las mujeres, ancianos y niños recluidos en los
hospicios.
Esta
real orden se ejecutó en Sevilla, a su manera, el 31 de julio de 1749. A eso
del mediodía fueron cerradas las puertas de la ciudad, excepto las de la Carne
y del Arenal. Todos los caminos estaban tomados por la tropa dirigida por el
capitán general, que comunicó al Asistente de la ciudad la orden real recibida.
Se publicó un bando con penas de confiscación de bienes y de castigo para los
que los encubriesen y sin más dilación se comenzó la caza y captura de los
gitanos de la ciudad. Si se resistían o trataban de huir, había orden de
disparar. De hecho, murieron aquel día tres gitanos que escapaban por el camino
de la Cartuja.
Días
más tarde, 6 de agosto, unos trescientos gitanos fueron embarcados en la
Carraca y, con otros cuatrocientos venidos de otros lugares, trasladados a
Cádiz. Las mujeres y niños menores de siete años fueron conducidos en carros a
Málaga. Mientras, otras mujeres gitanas, traídas de otros lugares, ocupaban
sitio en las prisiones de Sevilla.
–El
mal tratamiento que los ministros de justicia hacían a estos infelices, sus
continuas y eficaces plegarias, y el ser comprendidos en la orden muchos que
vivían en buena opinión y aún estimados, dieron materia a otras representaciones,
que al fin alcanzaron la mitigación de aquella orden general; y tomados los
informes de los curas, y otros igualmente secretos, fueron restituidos los que
acreditaron su buena conducta, quedando en su fuerza y vigor para los vagantes
y gentes sin modo de vivir conocido, confirmando igualmente la real orden que
contra estas gentes expidió el rey D. Felipe V. (Matute).
Se
comenzó a dar marcha atrás. Una real orden de 14 de septiembre suspendía las
prisiones y venta de sus bienes. Otra de 28 de octubre incidía en lo mismo. El
6 de diciembre «empezaron a entrar en Sevilla las gitanas que habían sido
conducidas a Málaga, a las que siguieron los gitanos el 27, y unos y otros bien
quebrantados de lo que habían sufrido».
Es
este un ejemplo del sufrimiento de este pueblo indomable que asomó por nuestras
tierras a mediados del siglo XV.
Entre
1500 y 1750, fecha que historiamos, se conocen unas 150 disposiciones contra
los gitanos en los países de Europa. No somos sólo nosotros. En el año 1500, en
la Dieta de Habsburgo, el emperador Maximiliano I los acusa de espías de los
turcos y los expulsa de Alemania. En 1514 son expulsados de Ginebra. En 1531,
Enrique VIII de Inglaterra ordena que los «gypsies» sean perseguidos como
ladrones y vagabundos si en el plazo de un mes no abandonan el reino. En 1539,
Francia ordena la expulsión y la pena de muerte. En 1557, la Dieta de Polonia
propone su expulsión. En 1561, la Asamblea de Orleans ordena el exterminio de
los gitanos. En 1563 los persigue la reina Isabel de Inglaterra. En 1568, el
papa Pío V los expulsa de los Estados Pontificios. En 1662 son expulsados de
Suecia... Etcétera.
En
España, la primera pragmática real viene dada por los Reyes Católicos en 1499.
Ordenan que fijen su residencia en una población y tomen oficio. «Los
egipcianos y caldereros extranjeros, durante los sesenta días siguientes al
pregón, tomen asiento en los lugares y sirvan a señor que les dé lo que hubieren
menester y no vaguen juntos por los reinos..., so pena de cien azotes y
destierro perpetuo la primera vez, y de que les corten las orejas y estén
sesenta días en la cadena y los tornen a desterrar la segunda vez que fueren
hallados».
Carlos
V renovó la pragmática de sus abuelos en las cortes de Toledo de 1525 y en las
de Madrid de 1528 y 1534. Felipe III promulgó en Belén (Portugal) una cédula de
28 de junio de 1619 en la que ordenaba que todos los gitanos que se hallaren en
su reino salgan en el término de seis meses y no vuelvan bajo pena de muerte.
Felipe IV reiteró en 1633 la disposición anterior de su padre. Felipe V los
expulsó de Madrid en 1726...
Todo
inútil. El pueblo gitano sobrevivía a todos los avatares. Fue Carlos III, rey
ilustrado, en una pragmática de 1783, quien primero los trató como ciudadanos
con iguales derechos y obligaciones. El primer punto de la pragmática rezaba
así: «Declaro que los que se llaman y dicen gitanos no lo son por origen ni por
naturaleza ni provienen de raza inferior alguna».
Más
bien, según cuentan ellos, gozan del privilegio de raza superior. Refieren en
sus leyendas que Dios ensayó la hechura del hombre con tres cocimientos de
horno. Al primero, hecho del barro, lo coció demasiado y de él salieron los
negros. Al segundo, lo coció poco y he ahí los blancos. Al tercero lo coció en
su punto y surgieron los gitanos.
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