El 13 de octubre de 1951, el cardenal
Tedeschini, que fuera nuncio en España, fue enviado por Pío XII como Legado
Pontificio a Fátima para la Clausura del Año Santo Universal. Cuando se
despidió en Roma del Papa, Tedeschini dijo a Pío XII:
–Santo Padre, quisiera habla en Fátima de
vuestras maravillosas visiones.
Pío XII trató de disuadirle:
–No, no…
Tedeschini insistió y el Papa le dijo
finalmente:
–Bien; si tanto empeño tenéis, hablad de
ello.
–Os diré en confidencia (pero ahora hablo
yo solo) que otra persona ha visto ese milagro. Otro lo ha visto mucho tiempo
después, en el Vaticano: es el Papa, nuestro Soberano Pontífice, Pío XII en
persona. ¡Lo ha visto! Eran las cuatro de la tarde de los días 30 y 31 de
octubre y, después, el 1 de noviembre de 1950. En los jardines del Vaticano, el
Santo Padre ha alzado los ojos hacia el sol y el milagro que se produjera en
este valle hace años se repitió en aquellos días a la vista del Papa. ¿Quién
podría fijar directamente la mirada en el sol rodeado de todo su esplendor? El
Papa ha podido hacerlo. El sol se agitaba convulsamente, transformándose en una
masa estremecida de vida, en un espectáculo de movimientos celestes, que de
aquella manera transmitían al Vicario de Cristo silenciosos pero elocuentes
mensajes.
A Tedeschini se le olvidó decir que el Papa
observó un cuarto milagro del sol: el 8 de noviembre (octava de la definición del
dogma de la Asunción). Y así se corrió por el ancho mundo algo que Pío XII solo
había contado a ciertos cardenales, a sus monjas y a un reducido número de
personas.
Sor Pascalina, la religiosa alemana que
dedicó su vida, cuarenta años, al servicio de Pío XII, cuenta en su libro de
memorias este suceso:
–El colofón del Año Santo iba a ser la
proclamación del dogma de la Asunción de María, en cuerpo y alma, a los cielos,
el 1 de noviembre. El 30 de octubre, a la vuelta de su paseo por los jardines
vaticanos, nos contó Pío XII que, mientras paseaba, vio un espectáculo raro en
el cielo. El sol estaba todavía bastante alto y parecía una bola oscura, de
amarillo pálido, rodeada de un resplandor brillante. Delante del sol se mecía
una nubecilla tenue y clara. El sol se movía ligeramente, como balanceando a
derecha e izquierda sobre su eje, y en su interior se observaban unos
movimientos continuos. El conjunto ofrecía una vista maravillosa y se podían
fijar los ojos en él sin deslumbrarse. Al día siguiente, domingo, fuimos
expectantes al jardín, pero volvimos desengañadas. No vimos el espectáculo. El
Santo Padre nos preguntó: «¿Lo han visto? Hoy ha ocurrido lo mismo que ayer».
El mismo espectáculo vio también el día de la promulgación dogmática, así como
en la octava. A nosotras nos hubiera gustado verlo, pero no nos fue dado. Pío
XII preguntó al observatorio de Castelgandolfo (Specula), pero tampoco
allí observaron nada especial. El mismo resultado negativo dieron otras
averiguaciones que mandó hacer Pío XII.
Andrea Tornielli, en su clásica biografía
sobre Pío XII, cuenta que este fenómeno del sol lo revivió Pío XII un año
después, el 10 de noviembre de 1951 en Castelgandolfo. Y añade:
–Pío XII estaba muy persuadido de la
realidad del fenómeno extraordinario.
Lo confirma también sor Konrada, otra de
las monjas a su servicio:
–Antes de la proclamación del dogma de la
Asunción, el Santo Padre, durante un paseo por los jardines vaticanos, vio el
milagro del sol. Yo fui a verlo una primera y una segunda vez, pero no vi nada.
El sobrino del Papa, Carlo Pacelli, refiere
también este episodio de su tío:
–Sucedió que el 30 de octubre el Santo
Padre habló por primera vez al Conde Galeazzi y a mí del fenómeno singular que
ha podido ver mientras se hallaba en los jardines vaticanos para su
acostumbrado paseo «de trabajo». Según dijo, el sol aparecía rojo con un velo
de vapores y un halo en torno a él. Había podido mirarlo claramente con sus
ojos. El sol se había movido en un cierto radio en todos los sentidos por el
espacio de tiempo de un minuto. El Santo Padre afirmaba de haber visto el
fenómeno con claridad, mientras estaba bien despierto; el ayudante de cámara
Giovanni Stefanoni y el chófer, sin embargo, no habían visto nada. El 8 de
noviembre, el Santo Padre volvió sobre el argumento, porque a las 16,30 había
podido de nuevo notar el fenómeno extraordinario. El movimiento por él notado
había sido, esta vez, más amplio que el verificado el 30 de octubre.
Es curioso que Pío XII fuera consagrado
arzobispo por Benedicto XV en la Capilla Sixtina precisamente el domingo 13 de
mayo de 1917, día de la primera aparición de la Virgen a los pastorcillos de
Fátima.
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